Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

APROXIMACIONES DIVERGENTES
A LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL: 1976 Y 1982

Stanley Ross R.


Bien podríamos preguntamos ¿por qué preocuparse del proceso de la sucesión presidencial mexicana? Después de todo, el presidente saliente escoge su sucesor después de ciertas consultas apropiadas que, si bien pueden tener el efecto de un veto, no pueden determinar la selección. Desde 1930 en adelante, el candidato del partido oficial, originalmente el Partido Nacional Revolucionario (PNR) y ahora el Partido Revolucionario Institucional (PRI), siempre ha ganado las elecciones presidenciales, sin importar que el candidato oposicionista haya provenido desde adentro del mismo partido o desde la izquierda o la derecha ajenas al partido. El partido oficial no sólo ha dominado las contiendas presidenciales, sino que tampoco ha perdido ninguna elección para gobernador o senador, y además ha ganado una mayoría abrumadora de los puestos restantes.

El proceso de la sucesión ha sido envuelto en misterio. Aunque es cierto que las consultas -tanto legales con los distintos sectores, como extralegales con los presidentes anteriores y los jefes de varias asociaciones profesionales y económicas- no se llevan a cabo en público, el hecho de que la selección sea en gran parte cosa del presidente actual, y que las elecciones lleven a una conclusión predeterminada, hace que el proceso de la sucesión presidencial y sus alteraciones sean de particular interés e importancia.

En primer lugar está la importancia para el sistema político mexicano de la presidencia misma. El proceso de institucionalización de la Revolución produjo dos instituciones políticas claves: la presidencia y el partido. El presidente de México es extraordinariamente poderoso y muchas de sus facultades emanan de la Constitución. Sus muy amplios poderes, tanto los que se originan en la ley como los que emanan de la costumbre, son reforzados por la falta de contrapeso adecuado en los otros poderes del gobierno nacional -el Congreso de la Unión y la Suprema Corte de Justicia- o en el sistema federativo, debido a las faltas de autonomía de las poderes estatales. La capacidad del presidente para premiar y castigar es bien conocida; también el presidente puede mediar entre los intereses y los grupos en conflicto, particularmente cuando el conflicto es capaz de afectar la estabilidad política.[ 1 ] Sin embargo, por muy amplios y auténticos que sean los poderes de la presidencia, ésta no es monolítica. Existen ciertas limitaciones. Jorge Carpizo, actual rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, hizo notar que la costumbre y la usanza imponen ciertas restricciones, así como las siguientes fuentes de limitaciones: el tiempo (un solo sexenio no renovable), el poder judicial federal, la situación internacional, los sindicatos independientes y la prensa.[ 2 ] Aunque mucho se han estudiado y discutido los casi ilimitados poderes presidenciales, los factores que limitan el ejercicio de esos poderes no han llamado tanto la atención.

De todas las limitaciones, la más importante es la del tiempo. El principio de "No Reelección" fue inscrito en la bandera revolucionaria por Madero, junto con el "Sufragio Efectivo". Es posible que los mexicanos posrevolucionarios, como sugirió Cosío Villegas entre burla y seriedad, hayan buscado un modelo que les sirviera de matriz para formar su sistema político sin encontrar ejemplar que no fuera el autoritarismo del régimen de Díaz. Aun cuando fuera así, estaban empeñados en evitar el continuismo del Porfiriato. Después de una revisión de la disposición constitucional al respecto, al final de la década de los veinte, para permitir que Obregón volviera a la presidencia -revisión relegada a la nulidad por el asesinato del presidente electo-, el principio de "No Reelección" fue reafirmado y prevaleció durante más de medio siglo, sin más que unos cuantos esfuerzos ocasionales de lanzar globos de prueba para la vuelta de alguien al poder, de los cuales ninguno mantuvo el vuelo por mucho tiempo.

El principio de "No Reelección" ofrece una oportunidad para que el sistema político renazca cada seis años. Como ha dicho un académico mexicano

la proximidad de un nuevo periodo presidencial auspicia un ambiente similar al de un año nuevo [...]. No deja de sorprender la capacidad de los mexicanos para revivir sus esperanzas y sus buenos propósitos con el inicio de un nuevo sexenio [...]. Un nuevo presidente significa nuevas posibilidades y alternativas; es la promesa de soluciones más eficaces; y en general el cambio despierta una actitud optimista.[ 3 ]

Como el presidente Echeverría notó: "Cada seis años tenemos ocasión de analizar resultados, proponernos nuevos objetivos, rectificar el rumbo si es necesario, y atender las expectativas de cambio que se han gestado en la comunidad".[ 4 ] Esta capacidad ha producido lo que algunos han llamado el "efecto del péndulo" en la historia del México posrevolucionario.

Dado que un nuevo presidente debe ser inaugurado al terminar cada sexenio no renovable, el proceso de selección del sucesor toma una importancia e interés considerable. Prohibida su reelección, el presidente en posesión del cargo tiene el poder de nombrar al sucesor. Por lo visto, nadie duda que su selección sea definitiva, salvo en caso de lo que Cosío ha caracterizado como "un error garrafal".[ 5 ] No obstante esto, los presidentes Alemán y Echeverría encontraron que sus candidatos preferidos para la sucesión (Casas Alemán en 1952 y Cervantes del Río en 1976) no pudieron resistir las consultas requeridas por el proceso.

Este proceso, conocido como el "tapadismo", queda envuelto en el secreto y el misterio. El esfuerzo de identificar a "el verdadero tapado" entre las varias posibilidades que presentan los precandidatos es un tema para la curiosidad del público y de intenso interés para los políticos. La atención se fija sobre los secretarios del gabinete, puesto que el "tapado" suele ser escogido de estos cuadros. Antes de 1976 cuatro de cinco candidatos presidenciales habían servido como secretarios de Gobernación. Se desenvuelve una campaña fantasmal al intentar todos los precandidatos mostrar la mejor cara ante el presidente actual, a la vez que intentan revelarle el aspecto más feo de la de sus competidores. Cada uno niega fervorosamente cualquier interés que no sea el de servir al régimen actual, llegando frecuentemente hasta criticar a los que se preocupan "prematuramente" de la sucesión.

El tapadismo tiene bastante importancia. "El verdadero tapado" se da cuenta de quién es su gente leal, merecedora del reconocimiento y el premio. Para el político es un juego de adivinanzas difícil y cargado de significado que, según logre o no apoyar al buen candidato, puede significar un avance político rápido o un olvido prácticamente total durante determinado periodo. El proceso también dificulta, como ha observado Cosío, "que los suspirantes, a partir del primer día de su entrada en el gabinete, se vayan creando paulatinamente una fuente propia de poder, de modo que el verdadero tapado resulta [casi] siempre un don nadie políticamente hablando".[ 6 ]

El presidente en posesión del cargo consulta con los representantes de diversos intereses, como notamos anteriormente, y con lo que el profesor Robert Scott ha caracterizado como los miembros clave de la familia revolucionaria, incluso los presidentes anteriores. Aunque existen declaraciones que niegan la existencia de tales consultas, es generalmente aceptado que ocurren en alguna forma, ya sea directa o indirecta.[ 7 ] Una vez que el presidente ha hecho su selección, el sector de partido correspondiente inicia la política formal de la postulación. Es interesante notar que Luis Echeverría aparentemente supo un año antes que los demás mexicanos que él sería el presidente en 1970, mientras que José López Portillo supo que él era el escogido cuatro meses antes de que se anunciara públicamente.

El proceso que hemos bosquejado nos ayuda a explicar la extensa campaña emprendida por el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a pesar de que su triunfo electoral nunca esté en tela de juicio. La campaña es larga, espectacular y costosa, pero permite que el candidato conozca el país y que el país lo conozca a él. Permite que el candidato exponga sus preceptos políticos y su percepción de las necesidades de la nación. En 1976, López Portillo hizo campaña, a pesar de que tanto el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) apoyaron su candidatura, y el Partido Acción Nacional (PAN), aturdido por una escisión pública, decidió no presentar candidato, dejando al candidato priista como la única opción presidencial. Miguel de la Madrid, a pesar de tener asegurado el triunfo, viajó más de sesenta mil millas y asistió a dos mil reuniones en todos los estados de la república. La campaña traza los lineamientos de la personalidad del candidato, transformando un ser mortal ordinario en un símbolo extraordinario y creando para él su propia fuente de poder.[ 8 ] Algunos investigadores del sistema político mexicano han argumentado que el poder del presidente en posesión empieza a disminuir desde el momento en que el PRI postula formalmente al candidato y, conjuntamente, que el poder del nuevo candidato empieza a crecer desde ese mismo momento. El resultado final de este proceso, a lo largo de un año o más, es que el presidente en posesión del cargo pierde su poder, mientras que el presidente-electo desarrolla el suyo. Este concepto de lo que transcurre se basa en el hecho de que, para volver a citar a don Daniel Cosío Villegas, "la norma constitucional que prohíbe la reelección del presidente en turno convierte en un hecho cierto y fatal su desaparición del escenario público, o sea, que no puede caber duda alguna sobre que perderá su poder en una fecha conocida y fija".[ 9 ] Una consecuencia de la erosión de la autoridad del gobierno en posesión es la tentación de posponer las decisiones difíciles y, en su lugar, de derrochar dinero y energía en la glorificación de las personalidades y en la iniciación, terminación y dedicación de "monumentos".

Es mi propio punto de vista que el proceso de sucesión presidencial en 1976 y 1982 se apartó del patrón que hemos estado analizando en las formas y por los motivos que trataré de especificar adelante. La hora de las elecciones ha sido frecuentemente un periodo de rumores y crisis. Por ejemplo, corrían las voces de un posible golpe de Estado en 1940, en 1952, y nuevamente en 1976. Sin embargo, las dimensiones de esos rumores, y el grado a que llegaron a convencer a la gente, tuvieron proporciones alarmantes en 1976 y 1982. En cuanto a la crisis, ella siempre ha formado parte del sistema político mexicano. El sistema actual nació de una crisis, y a través de los años ha enfrentado y resuelto toda una serie de crisis. De vez en cuando la prensa proclama la "crisis final" del sistema político mexicano. Como ha notado el profesor James Wilkie, México tiene una "revolución permanente", y una "crisis" igualmente permanente. Al final de cuentas, la crisis casi siempre pasa sin crear grandes extravíos, porque el sistema fue "diseñado para responder a las crisis con los ajustes apropiados para que no se derrumbe el sistema".[ 10 ]

Mientras que en 1970 la mejor clasificación de la crisis sería la de política, en 1976 y 1982 las crisis han sido definitivamente económicas. En efecto, desde el último año del régimen de Echeverría, el desafío principal a la legitimidad del gobierno ha provenido del mundo económico. Así que no sorprende, cuando menos en retrospectiva, que los candidatos presidenciales del PRI en las últimas dos elecciones hayan sido individuos con cartera personal en el área de la economía. Ni José López Portillo ni Miguel de la Madrid habían servido en puesto de elección alguno. Los dos podrían ser considerados como tecnócratas. De la Madrid no volvió a la carrera pública hasta la edad de cuarenta y dos años. Cuando nombró a los veintiocho coordinadores de los veintisiete grupos de trabajo encargados de elaborar el plan de gobierno para 1982-1988, la mayoría de ellos fueron especialistas, y solamente cuatro de ellos tienen lo que podría llamarse antecedentes políticos. Con toda seguridad, ha llegado el día del tecnócrata.

Algunos pretenden ver una división dentro de la elite gobernante entre tecnócratas y políticos. Con la creciente modernización y los repetidos problemas económicos, se ha puesto más ahínco en los tecnócratas que tienen las capacidades esenciales y no tanto la experiencia política. Esto ha sido criticado por los intelectuales -que siempre han sido desilusionados por el papel limitado y esporádico que han desempeñado en la determinación de la dirección que debiera tomar la política revolucionaria y posrevolucionaria en México-, y por los políticos de la vieja guardia. Sin embargo, la tendencia hacia la tecnocracia obedece más bien a la modernización y a la necesidad de talentos especializados. Uno de los aspectos más alentadores del sistema mexicano es la presencia en todas las oficinas gubernamentales de jóvenes altamente entrenados, bien motivados y poseídos de capacidades especiales. Como punto final sobre este tema, cabe señalar la dificultad a veces de distinguir entre tecnócratas e intelectuales. ¿Podría negársele uno u otro de estos títulos al ex presidente López Portillo?

A pesar de las crisis, los rumores y los desafíos los mexicanos han mantenido una notable trayectoria política y económica a través del último medio siglo. La estabilidad política y el crecimiento económico, alimentándose mutuamente, ahora se consideran característicos del sistema mexicano hasta un grado único en la América Latina y en la generalidad del mundo en vías de desarrollo. No ha sido derribado ningún gobierno establecido desde 1920. No ha ocurrido ningún atentado contra el gobierno desde 1929 y la última rebelión regional tuvo lugar en 1938. Si incluimos el año de 1982, se han acumulado sucesivamente nueve traslados pacíficos de los poderes presidenciales.

Un ingrediente clave en toda esta estabilidad política ha sido una prolongada expansión económica de nivel excepcionalmente alto. Durante varias décadas, hasta los últimos años del régimen de Echeverría, México sostuvo una tasa de crecimiento del siete por ciento anual. En asociación con el crecimiento económico surgió una infraestructura económica importante, una clase media en expansión y un movimiento obrero aplacado. El desarrollo económico establecido se interrumpió en los últimos años de la época de Echeverría y el primer año de López Portillo, pero se volvió a alcanzar una tasa de crecimiento del ocho por ciento durante casi cuatro años, antes de que la actual crisis económica interrumpiera lo que parecía ser una recuperación del impulso económico mexicano.

De esta manera, podemos decir que otro elemento común de los años de elecciones presidenciales de 1976 y 1982 fue la existencia de crisis económicas. El último año de los últimos dos regímenes se ha caracterizado en cada caso por crisis económicas marcadas, una deuda en aumento, una inflación creciente, devaluaciones de la moneda nacional, pérdidas de confianza -junto con la consecuente huida de capitales- y un descenso marcado en la popularidad del presidente en posesión. Anteriormente, las devaluaciones se ejecutaban temprano en el régimen de un presidente, lo que dio lugar al refrán de que cada presidente tenía derecho a una devaluación. Sin embargo, dado que no hubo devaluaciones entre 1954 y 1976, es significativo que tanto en 1976 como en 1982 las devaluaciones fueron emprendidas por los presidentes cesantes, lo que ha resultado provechoso para sus sucesores. Aunque hubo fuerzas externas en los dos casos, sobre las cuales las autoridades mexicanas no tenían mucho control -tales como los ciclos económicos en los Estados Unidos y la Europa Occidental, o el precio de los energéticos en el mercado mundial- también hubo muchos factores internos que contribuyeron a las dificultades económicas.

En el último año de Echeverría, y después de la elección de su sucesor, el peso, que estaba sobrevalorado, se devaluó dos veces -el 31 de agosto y el 27 de octubre- bajo presiones de las agencias financieras internacionales. El peso perdió el cincuenta y cinco por ciento de su valor en relación con el dólar. La crisis de confianza se intensificó y los rumores cundían por todos lados. Previamente el sector privado se había visto impulsado a criticar, y posteriormente a negarse a aumentar las inversiones, debido principalmente a la extravagante retórica tercermundista del presidente y en menor grado a sus acciones. Sus caros proyectos de obras para el mejoramiento público resultaron en un endeudamiento mayor; el populismo agrarista condujo a la inseguridad en el campo, a reducciones de la producción y a la necesidad de cuantiosas importaciones de comestibles.

Fue el descubrimiento y la explotación de inmensos recursos petroleros y de gas natural temprano en la administración de López Portillo lo que propició una recuperación, acarreando tasas de crecimiento alrededor del ocho por ciento, inspirando nuevas esperanzas y fomentando desembolsos públicos y privados fuera de toda medida. No obstante, la bonanza petrolera hizo resaltar todavía más ciertas paradojas fundamentales. El petróleo había hecho de México un país verdaderamente rico, pero millones de sus habitantes permanecían en una miseria increíble.[ 11 ] A pesar de una revolución auténtica y de sus abundantes reservas petroleras, México sigue teniendo una de las distribuciones de riqueza menos equitativas de este hemisferio.[ 12 ] El petróleo pudo haber asegurado la independencia económica de México, pero la mitad del petróleo exportado se envió al vecino del norte y muchos de los préstamos se originaron en los bancos de los Estados Unidos.

Sin embargo, el petróleo fue algo menos que un bien absoluto. Retrospectivamente, uno puede distinguir las esperanzas indebidas. La burbuja del milagro económico petrolero reventó cuando ocurrió una plétora de petróleo en el mercado mundial y el precio bajó, hundiendo a México en una profunda crisis económica. La banca privada y las agencias internacionales de crédito en realidad habían contribuido a la situación con su crédula disposición a continuar aumentando los préstamos a México, ya sea porque sentían que los mexicanos sabían lo que estaban haciendo o a causa de las seguridades ofrecidas por aquellas reservas tan ricas de energéticos. México se encontró con la dudosa distinción de tener la deuda exterior más grande del mundo. Sucedió la inevitable devaluación cuando se permitió que el peso flotara después del 17 de febrero. El peso volvió a flotar el 6 de agosto. En el proceso, el peso ha perdido por lo menos tres cuartos de su valor en relación con el dólar.

El auge petrolero y la subsecuente crisis económica ayudaron a acentuar la desigualdad social e intensificaron la corrupción. Aunque las críticas más vociferantes emanaban de la izquierda, fue la enajenación de los grupos intermedios urbanos la más significativa. Aún antes del derrumbe económico -la clase media se estaba quejando de que tenía que soportar los impuestos más altos; se quejaba del deterioro de la vida urbana con el hacinamiento de gente, los problemas de tránsito y la contaminación. Y eclipsando todo está la explosión demográfica de la tan joven población mexicana que ha excedido los setenta millones, aunque crece ya a un ritmo menor, lo que significa todavía más personas a las que el sistema está obligado a suministrar comida, ropa, casa, educación y trabajo.

Quedan algunos paralelos más entre 1976 y 1982 que quisiera señalar antes de pasar a las diferencias entre estas dos sucesiones presidenciales. Los dos candidatos postulados -además de ser caracterizados como tecnócratas, de haber ocupado carteras en el área económica y de nunca haber servido en un puesto de elección popular-eran amigos del presidente saliente en ambos casos. En los dos casos también -cuando menos para un observador exterior- el presidente saliente había comenzado a asumir un tono estridente y sus acciones -reitero que vistas desde el exterior- parecían erráticas y fortuitas. Echeverría lanzó ataques públicos contra los industriales del grupo de Monterrey y contra aquellos individuos que supuestamente estaban en posesión ilegal de terrenos. Durante su administración, Echeverría distribuyó más tierra que cualquier otro presidente desde la época de Lázaro Cárdenas y en muchos casos se trataba no de terrenos desocupados, sino ya explotados. Las invasiones de tierras fueron fomentadas y luego legalizadas por el gobierno. Las invasiones más destacadas tuvieron lugar en el noroeste del país cuatro días antes de que Echeverría saliera de la presidencia. De una manera semejante, López Portillo atacó duramente a los que sacaban su dinero de México y a los banqueros que los ayudaban a hacerlo. Los controles monetarios, que debían haberse impuesto mucho antes, fueron implementados después y la banca privada fue nacionalizada. Aunque esto era de un gran atractivo emocional y logró reforzar cuando menos temporalmente la popularidad del presidente, no fue una medida bien ponderada y planificada y a largo plazo dificultará las cosas para los que quieren ayudar a México y para los que deben asumir la responsabilidad de sacar al país del abismo en que se encuentra. Finalmente, en los dos años electorales en cuestión, hubo primero murmuraciones y luego acusaciones en voz alta de una corrupción de dimensiones inauditas. No es de extrañarse que la primera tarea para cada uno de los nuevos presidentes fuera la de restaurar la confianza pública.

Pasando ahora a las diferencias en el proceso de sucesión en 1976 y 1982, el hecho es que la selección de López Portillo había resultado una sorpresa. Fue una selección curiosa, enigmática. Nadie sabía por qué el poco conocido López Portillo, a quien le faltaba tanto la experiencia política como el cortejo personal, era el escogido. A modo de explicación, algunos hicieron notar que LEA y don Pepe habían sido amigos de toda la vida. Echeverría mismo alguna vez señaló reservadamente que su secretario de Hacienda parecía ser el mejor calificado para resolver las dificultades económicas del país. Y había quien sospechara que el motivo de su selección era el deseo de Echeverría de continuar ejerciendo poder e influencia.

En realidad, el proceso de selección en 1975 fue un reflejo muy fiel del estilo personal de Echeverría en el ejercicio del gobierno. Él fue la primera persona en evocar y proponer el problema del sucesor ideal. Recomendó a los precandidatos

que estudien a fondo, con desinterés, los problemas nacionales y que demuestren a los obreros, a los campesinos y a la clase media popular que los entienden, para que las mayorías de México, oportunamente, seguramente allá por el mes de octubre, y yo creo que después del Día de la Raza, puedan escoger al mejor hombre de México.[ 13 ]

Diez días después, en una medida sin precedente, hizo que su secretario de Recursos Hidráulicos revelara los nombres de seis "tapados", y el presidente pidió que fueran "analizados" por la opinión pública; un séptimo nombre se agregó a la lista varias semanas después.

Poco después, el presidente sugirió que un plan de gobierno fuera trazado antes de que se escogiera al candidato. Sugirió además que se provocara una confrontación pública entre los aspirantes y el plan. No se sabe a ciencia cierta si esto representaba la tendencia de LEA a remover las aguas constantemente, o si su deseo de mantener el poder personal explica la secuencia de estas medidas. Seguramente había quien sospechara que Echeverría buscaba la reelección o la prolongación de su mandato, y corría el rumor de que el presidente mismo estaba planeando un golpe de Estado para mantenerse en el poder. Aunque no existen indicios sustanciales para apoyar la conclusión posterior, sí hay evidencia circunstancial de que lo anterior pudo ser cierto.[ 14 ]

No solamente fue seleccionado un candidato sin el equipo personal político tan esencial, sino que don Pepe se encontró con que su campaña la estaban dirigiendo los hombres del presidente. ¡El puesto más alto ocupado por uno de sus adeptos era el de director del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales! Echeverría, en una medida sin precedente, adelantó las elecciones internas del PRI para escoger candidatos a diputados y senadores. Esto rompió una vieja tradición de retrasarlas lo más posible. También significaba que López Portillo tendría un Congreso repleto de echeverriistas. Existían algunos observadores que se preguntaban si López Portillo llegaría a poder ejercer el poder presidencial. Sí lo llegó a ejercer, pero requirió más tiempo que de ordinario. Como notó Cosío, "debe admitirse que un presidente mexicano tiene los recursos necesarios para abatir pronta y definitivamente al más guapo que se plante enfrente".[ 15 ]

La selección de Miguel de la Madrid como el candidato presidencial -la cual fue hecha con un mes más o menos de anticipación para que pudiera representar al presidente en la reunión Norte-Sur que se llevó a cabo en Cancún- no fue una gran sorpresa, dado que su nombre había sido mencionado con frecuencia y que era considerado una de las dos o tres posibilidades más concretas entre la media docena de secretarios mencionados como precandidatos. Hasta el otoño de 1982, el proceso parecía desenvolverse en sentido diametralmente opuesto a lo que había transcurrido seis años antes. López Portillo había sido el único candidato entonces, mientras que De la Madrid se enfrentaba a seis candidatos oposicionistas que representaban toda la gama de la opinión política y cuyas candidaturas fueron habilitadas por las reformas políticas legisladas en 1978. La oposición tuvo la oportunidad de organizar, movilizar y criticar. Hubo manifestaciones sin precedente especialmente por los elementos de la izquierda. Sin embargo, nunca se puso en tela de juicio el resultado final de la elección. Pero tampoco cabe duda de que el proceso había sido amplificado y que la oposición tendría en adelante, como había tenido desde 1979, una plataforma y un foro público para exponer sus puntos de vista y criticar el régimen.

De una importancia más significativa es el hecho de que los principales puestos económicos fueron ocupados por gente del candidato De la Madrid: Jesús Silva Herzog en Hacienda, Ramón Aguirre en Programación y Presupuesto y Miguel Mancera como jefe del Banco de México. Además, otro de sus seguidores, Bernardo Sepúlveda, tomó posesión de la embajada en Washington. De esta manera, hasta muy recientemente parecía que un traslado muy temprano del poder estaba en marcha. Sin embargo, hay muy buenos motivos para sospechar que, a pesar de su declaración pública de apoyo, De la Madrid no fue consultado sobre la dramática acción de López Portillo al nacionalizar la banca privada. Este punto de vista se reforzó con la renuncia de Mancera y su sustitución por Carlos Tello.

Lo que parecía claro se ha vuelto menos claro. Y es difícil decir si los cambios en el proceso de la sucesión presidencial en 1976 y 1982 reflejaban personalidades y circunstancias particulares, o si representaban cambios fundamentales en el proceso. No cabe duda de que el proceso ha sido distinto al comparar los años de 1976 y 1982 con los traslados anteriores del poder y también cuando se compara uno de estos años con el otro. El tiempo nos dirá si estos nuevos patrones tendrán un efecto permanente sobre el proceso o si quedarán como curiosidades históricas.

[ 1 ] Manuel Camacho, "Los nudos históricos del sistema político mexicano", en Las crisis en el sistema político mexicano, 1928-1977, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Internacionales, 1977, p. 184-185.

[ 2 ] Jorge Carpizo, "The Mexican presidential system", The Mexican Forum, 2:3, julio de 1982, p. 8-13. Véase también Jorge Carpizo, El presidencialismo mexicano, 2a. ed., México, Siglo XXI Editores, 1979.

[ 3 ] Soledad Loaeza, "La política del rumor: México, noviembre-diciembre de 1976", en Las crisis en el sistema político mexicano, 1928-1977, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Internacionales, 1977, p. 2.

[ 4 ] Tiempo, 7 de diciembre de 1970, y citado en Soledad Loaeza, "La política del rumor: México, noviembre-diciembre de 1976", en Las crisis en el sistema político mexicano, 1928-1977, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Internacionales, 1977, p. 423.

[ 5 ] Daniel Cosío Villegas, "Dónde no estamos hoy", ensayo preparado para el Congreso Le Mexique, en 1976, patrocinado por el Institut d'Études Mexicaines de la Universidad de Perpignan, Francia, p. 9-10.

[ 6 ] Daniel Cosío Villegas, "Dónde no estamos hoy", ensayo preparado para el Congreso Le Mexique, en 1976, patrocinado por el Institut d'Études Mexicaines de la Universidad de Perpignan, Francia, p. 2.

[ 7 ] Miguel Alemán Valdés, Miguel Alemán contesta, Austin, Institute of Latin American Studies [Political Inquiry: Mexico, n. 4] 1975.

[ 8 ] Alan Riding, "Mexico elects a symbol", New York Times, 13 de julio de 1976.

[ 9 ] Daniel Cosío Villegas, "Dónde no estamos hoy", ensayo preparado para el Congreso Le Mexique, en 1976, patrocinado por el Institut d'Études Mexicaines de la Universidad de Perpignan, Francia, p. 1-2.

[ 10 ] James Wilkie, "Mexico, permanent revolution; permanent crisis", Los Angeles. Times, 9 de diciembre de 1976.

[ 11 ] James N. Goodsell, "The Mexican dilemmas", Harvard Graduate Society Newsletter, abril de 1978.

[ 12 ] Rafael Segovia, "Antes de las elecciones", Vuelta, 68, julio de 1982, p. 41.

[ 13 ] Excelsior, 4 de julio de 1975, p. 4-A.

[ 14 ] Daniel Cosío Villegas, "Dónde no estamos hoy", ensayo preparado para el Congreso Le Mexique, en 1976, patrocinado por el Institut d'Études Mexicaines de la Universidad de Perpignan, Francia, passim. Véase también Daniel Cosío Villegas, La sucesión presidencial, México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1975; El estilo personal de gobernar, México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1974; y La sucesión: desenlace y perspectivas, México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1975.

[ 15 ] Daniel Cosío Villegas, "Dónde no estamos hoy", ensayo preparado para el Congreso Le Mexique, en 1976, patrocinado por el Institut d'Études Mexicaines de la Universidad de Perpignan, Francia, p. 15.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 10, 1986, p. 281-292.

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